Tal vez por todo eso, cuando ese auto se detuvo a unos metros de su parada, sintió que el frío y su soledad se agrandaban. Anochecía y el cielo comenzó a encapotarse, había viento y caía una lluvia molesta que en los adoquines de la calle formaba un barro pegajoso y marrón. Doris se acercó a la ventanilla pensando: –”...lo menos que pido son doscientos pesos…y que termine de una buena vez esta noche…”
El auto era un poco viejo pero bien cuidado. Cuando bajó el vidrio, salió un fuerte olor, mezcla de perfume barato y transpiración. Ella contuvo su cara de asco y sonrió: - “.. Hola… ¿Qué andas buscando?...”
En el asiento del conductor un tipo de más o menos 45 años la miró de arriba a abajo con un gesto de desprecio que no hacía nada por disimular: “Señora, tengo una propuesta que puede ser muy interesante para usted…” Doris, fastidiada, contestó: “Bueno, a ver… contame…”
El asunto era simple, ella tenía que casarse con un anciano que estaba postrado en su cama desde hacía cinco años. Al momento en que se convirtiera en su esposa, debía cumplir con todos los deberes conyugales y aguantar hasta que el viejo muriera. La herencia (siete casas, un negocio de antigüedades y varios cientos de miles de dólares) la debía repartir con el chofer del anciano, cuarenta por ciento para ella y el resto para él “…Mire señora, la oferta es esa; si no la acepta, la fila de postulantes es larga, tan larga como la cuadra del cementerio de donde la saqué a usted..”.
El viejo aparentemente había disfrutado una vida de sexo, caballos y alcohol y ahora, a pesar de estar en cama, seguía teniendo deseos. La ceremonia se arregló en menos de una semana, vino un juez de paz y con dos testigos comprados, Doris se casó. También se hizo el testamento, dejando todo a nombre de ella menos un diez por ciento que quedaba para el chofer como pago de sus muchos años de servicio.
Desde ese momento Doris tuvo un plan: cumpliría con todo lo pactado y cuando el viejo muriera haría un llamado a unos amigos para que se encargarán del chofer. Hoy por hoy, la vida vale muy poco y Doris tenía años de calle y muchos amigos.
Lo único que la desvelaba era que ella sospechaba que el chofer estaba planeando algo parecido, el no era un tipo sensible, por el contrario, debajo de la máscara de su cara, se notaba que podía matar a cualquiera sin siquiera pestañar. También había notado que se movía por la casa como si ya fuera propia y le daba un trato tremendamente descortés tanto a ella como al viejo. Parecía que estaba harto de años y años de oler orín y limpiar vómitos y ahora se encontraba que una cualquiera, por acostarse un par de noches, se iba a llevar casi la mitad de la fortuna que él creía suya…
Doris estaba en la cocina que era más grande que todo su departamento. Quería encontrar en el vino las fuerzas necesarias para ir a su primera noche de bodas. El viejo la estaba esperando en la cama y ella sentía que el asco le subía por la espalda. Había visto al chofer con una copia del testamento en la mano, sabía que si no se consumaba el matrimonio, éste no tendría validez y él sería el primero en denunciarla; lo único que la consolaba era pensar en todo lo que sus amigos le iban a hacer …
Entró a la habitación y vio al viejo en la cama. Tenía la piel estirada y brillosa, parecía pegada a los huesos, su pecho subía y bajaba con la respiración asmática y fatigada de un agonizante. Lo único que se movía eran los ojos que la seguían por todos lados; también en el hueco negro de la boca se notaba que la lengua reseca del viejo se balanceaba de un lado al otro… como paladeando lo que sería tal vez su último banquete sexual.
Doris había pensado en entrar a la habitación y sentarse en el sillón que había al costado, pero el chofer le había dicho que ahí iba a estar él, ya que su deber para con el viejo era constatar que ella cumpliera con todas sus obligaciones de esposa: “… enfermo hijo de puta…” pensó Doris, “… cómo vas a sufrir… te lo prometo….”
El chofer se sentó en el sillón del cuarto con un libro (le había dicho que no miraría). Doris se acostó lo más lejos que pudo del viejo, su cuerpo temblaba de miedo y repulsión. Se repetía a sí misma “… vamos que no es nada… si ya estuviste con otros viejos y con tipos que salían después de años de cárcel… ¿Qué te pasa?... pensá en la guita…”
En eso vio que el chofer se paraba y tomando el libro empezaba a leerlo en voz alta. Al principio no podía distinguir los sonidos que resonaban por toda la habitación. Parecía un rezo, pero su cara no inspiraba piedad alguna: “..Accidit huc quod caeteris mortalibus….nec unquam obliviscar illus noctis… nescio an dormiat...”
Doris no podía salir de su asombro cuando sintió que algo helado le tomó el brazo derecho. Dio vuelta la cara y de repente vio sentado a su lado al Viejo: ¡estaba riéndose!. Tenía los ojos ensangrentados y se acercaba hacia su cuello… Lo último que pudo ver fueron unos dientes amarillos…. El grito de Doris quedó sepultado por los ruidos de succión que salían de la garganta del Viejo.
El chofer dejó el libro de lado y dijo: “…Amo, descanse… a esta la haré durar más que a las otras... yo me encargo.... es un tema personal con ella...”
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