En un primer salto la imaginación me lleva a dos películas “Terminador” y “Mad Max II”.
En la primera de ellas, cuando el protagonista entra a su cuartel subterráneo, pasea su mirada entre los sobrevivientes, unos se alegran de haber encontrado una rata que seguramente les servirá como alimento y luego la cámara nos muestra a dos chicos que buscando asirse a una mínima sombra de la normalidad de sus vidas anteriores a la guerra, miran la carcasa vacía de un televisor que sólo tiene una pequeña llamita que se mueve en su interior.
En la otra película hay un niño entre el grupo de sobrevivientes que directamente no habla, se mueve entre las trincheras y fosos de defensa como un animal y sólo muestra un costado humano cuando escucha el sonido del mecanismo de una cajita de música.
Ambos grupos de niños por diferentes motivos han perdido gran parte de sus habilidades humanas, algunos se comportan como animales otros han amputado su capacidad e integrarse a su mundo.
Todos están como en una gran caverna, a oscuras sin poder ver el mundo exterior.
El segundo salto me hace preguntar: ¿hoy tenemos niños lobos a nuestro alrededor?
¡ Sí !
Los podes ver cualquier tarde después de las siete en la estación Carlos Pellegrini del subte B y también en otras estaciones.
Están allí tirados solos o con su madres, jugando con papelitos, peleándose por nada, mirando ese otro paisaje móvil que son los demás viajantes.
Ellos también están amputados, viven en cavernas, siempre con luz artificial, respirando aire viciado y con el peligro de una masa de hierros y electricidad que cada cinco minutos pasa a menos de un metro de sus cuerpitos.
Para ellos el mundo es esa interminable fila de trenes que van de un lado y del otro.
El tercer salto es más personal y también más metafórico: Tomi también vive en una suerte de cueva, en un subte mucho más silencioso pero no menos invalidante.
Vive en una estación llamada “Lisencefalia”, allí nadie camina ni toma cosas con las manos, tampoco se habla, sólo se mira… y se ama, para esto último no hay límite y eso que Tomi lo busca más y más alto.
En el último salto, volvemos al cine: Despertares, la madre del protagonista lo ve caerse a una edad de 9 o 10 años y ahí empieza como un descenso a los infiernos. En poco tiempo ese chico movedizo se inmoviliza cuál si fuera un estatua viviente.
Por medio de una droga experimental, vuelve a cobrar movilidad por un corto período, en ese momento llaman a su Madre. A ella la vida le había llevado un chico lleno de vida y ella nunca lo olvidó
Yo espero que algún día Tomi salga de esa estación, que suba a la superficie y me llame y yo espero estar allí como esa Madre ya vieja que la llevan al hospital y sin decirle nada se abre la puerta y ve a su niñito ya de cuarenta o cincuenta años que le vuelve a decir como cuando tenía nueve: “Mamá”.
Yo espero poder oír a Tomi decir: “Papá… Gracias por esperarme” y juntos de la mano ir a dar una vuelta y reirnos… Reirnos por toda la vida que me reste.
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