Entre las muchas definiciones de “cultura” que surgen a poco que nos pongamos a buscar, podemos citar esta:
Conjunto de valores, creencias orientadoras, entendimientos y maneras de pensar que son compartidos por los miembros de una sociedad y que se enseñan a los nuevos miembros. La cultura constituye las normas no escritas e informales de una sociedad.
Teniendo ese marco conceptual, digo: Hay una forma que claramente podemos rastrear en nuestra cultura, es más, la prefigura y la formatea: El dualismo:
Doctrina que afirma la existencia de dos principios supremos, increados, independientes, irreductibles y antagónicos ….. por cuya acción se explica el origen y evolución del mundo.
En todo, en especial en nuestra política doméstica, vemos marcas del dualismo, sólo se gana si el otro pierde, no importa mi construcción sino la destrucción de mi adversario y así se llega a la increíble situación de que la existencia de uno está justificada por la presencia del otro:
“…. Que cosa fuera, la maza sin cantera…”
Es un juego de suma cero, una batalla donde no se toman prisioneros, pero paradójicamente el éxito en la contienda, es decir la destrucción del enemigo quita sustento a la propia existencia, salvo que prontamente se fabrique un nuevo antagonista.
Esta concepción dualista está esplendorosamente representado por el el símbolo del yin y el yang. Cuando el yin (negro) está en su máximo nivel, podemos ver que ya empieza a nacer el yang (blanco), y a medida que uno decae el otro crece y cuando este último llega a su punto de mayor amplitud ya va naciendo el otro y así sucesivamente.
Además en en centro del yin podemos ver un círculo blanco y viceversa en el yang, esta idea de que en el corazón de uno está también el otro, que nada es irremediablemente puro sino que en su conformación también está el opuesto es –cuanto menos– interesante y generadora de discusiones.
Un sistema dualista lo podemos representar con las estaciones: desde su inicio, el invierno (por tomar un punto de partida) muestra que los días se empiezan a alargar y pasa la primavera y sigue creciendo la cantidad de luz y cuando empieza el verano, ese día es el más largo, y justamente a su inicio está el final, todo lo que viene después es decrecimiento, los días empiezan a ser cada vez más cortos y así llega el otoño y cuando este se perfecciona en el invierno, allí empieza a nacer la primavera y el ciclo de la vida se renueva como un ritual antiguo e inexorable.
También pienso que esta "forma" se puede aplicar a las relaciones humanas: cuando el ciclo de soledad está como omnipresente, tal vez sin darnos cuenta empieza a gestarse el germen de otra realidad, una realidad más amable....
A pesar de lo tentador de esta manera de ver las cosas, muy bien expresadas por los Redondos:
“… cuando la noche es más oscura,Se viene el día en tu corazón…”
tiene algo de mecánico y fatalista, suena artificiosa porque en el mejor momento está ya plantada la semilla del peor momento y a esta sucesión nada la puede detener, ni la sonrisa más radiante ni la lágrima más redonda.
Tiene un aire maquinal que restringe la sorpresa, que nos sumerge en un esquema pendular del sentimiento, que al interior de Sector Invisible es vivido como opresivo e invalidante de lo mejor del ser humano.
Aunque muchos elementos de nuestra vida como sociedad no hagan más que avalar esta concepción, aunque volvamos a tropezar con la misma piedra, algún día este ciclo va a terminar porque en realidad no existe dicho ciclo: “… el secreto es que la cuchara no existe…” decían en Matrix, aunque la veas y la creas tener en tus manos… las cucharas no existen.
Y así con la certeza de nuestra libertad, con la inclaudicable confianza en que nada es obligatorio, podemos cantar:
“… Nada es para siempre,
nada es para siempre.
No me digas mi amor,
que te falta valor,
porque nada es para siempre….”
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