Hace poco volví a tomar un té.
Aunque no lo puedan creer hacía años que no tomaba un té.
Por diferentes motivos me había acercado tanto al bando del elitista café como también al del humilde mate cocido.
Ese día, en un armario de la oficina dónde están todas las cosas que usamos para refrenar la monotonía del surtidor de agua, vi un saquito de té, solitario y desafiante...
Y me hice un té.
Mientras lo saboreaba, mi imaginación corrió hasta mi infancia, volví a estar en mi casa de Villa Luro, caminé por su patio enorme con piezas a los costados, miré hacia arriba y vi la parra que tantas uvas nos daba en verano, también pasé por el jardín con su limonero y su rosales, volví a subirme a la parecita que nos separaba de la vereda que nos separaba de la zanja que nos separaba de la calle.
En esa casa, en alguna tarde de otoño, mi mamá para iniciarme en los secretos del té me contó una vieja leyenda china que hablaba de sus orígenes:
Una joven estaba obligada a casarse con el poderoso del lugar, pero ella en secreto amaba a otro y, ante la inminencia del casamiento, deciden dejar todo y huir.
Escapan, corren y se ocultan, caminan días y noches enteras hasta que se quedan sin nada para comer.
A pesar de todo siguen caminando, eludiendo a las fuerzas que los perseguían, con el hambre golpeando en sus estómagos, hasta que en un momento la doncella se pone a llorar con desesperación y cada lágrima que caía en el suelo polvoriento mágicamente se transformaba en una hojita de té.
Su novio tomó esas hojitas, la hundió en agua caliente y le hizo un té a su amada. Lentamente lo bebieron y como todos esperamos recuperaron sus fuerzas y lograron escapar y ser felices.
Mi mamá siempre terminaba esta historia con esta frase que aún recuerdo y valoro:
"Una taza de té endulza hasta el corazón más afligido"
Hoy estaba afligido y se me ocurrió alivianar mi carga y compartir este té imaginario con todos aquellos que necesitan ánimo para seguir adelante.
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